11 de septiembre de 2012

Veo muy Cristina a la Kretina


Vivo en un país donde siempre se está hablando de política. Con la mayoría de personas que comparto una charla, resulta inevitable opinar sobre la situación del país, argumentando a favor o en contra de tal medida, de tal política, de tal funcionario. Eso es, para mí, bastante saludable en la construcción de una sociedad.

En las últimas semanas, es materia de todos los días la discusión sobre el dólar en la Argentina. Escucho recurrentes quejas de mis amigos y en la radio por las restricciones para adquirirlo, que sufren por el hecho de no poder viajar al exterior, que el recargo es mucho por las compras con su tarjeta de crédito… Es al oírlos cuando pienso en los millones de argentinos que jamás comprarán un dólar porque no lo necesitan, porque quizá jamás subirán a un avión, porque sus vacaciones no se pueden pensar más allá de su país. Y también pienso en aquellos que ni siquiera tienen tarjeta de crédito.  Ni hablar de los colombianos instalados aquí, que se quejan por el mismo tema ¡cuando este país nos está educando y dando salud gratis!

Creo que es legítimo que la gente se queje, reclame, se exprese en contra de lo que le parezca, porque es lo que corresponde en un país democrático. Pero al considerar esta realidad, pienso también en todas las políticas que ha generado el kirchnerismo, medidas que le han mejorado la vida a los más pobres, o políticas de inclusión social, como el matrimonio igualitario, programas para brindarle trabajo a los jóvenes, de culminación de la escuela secundaria, la ampliación de habitantes con jubilación acordada, la apertura de paritarias para los docentes, planes para que los más pobres adquieran su vivienda, , la recuperación de YPF, donde el Estado es ahora el mayor accionario, la misma señal de televisión para todos y canales de verdadera calidad comunicacional. Ni hablar de la continuación de los juicios a los genocidas que habían quedado impunes; la política de integración regional y fortalecimiento de la UNASUR, MERCOSUR; la defensa de la soberanía nacional como en el caso Malvinas; la promoción de la industria nacional; el 6% del PBI destinado a ciencia y educación en el presupuesto anual.

En mi caso particular, el programa “Patria Grande” me permite ser una más entre los ciudadanos argentinos, a través de una política migratoria democrática. Por supuesto que cada una de estas medidas no son perfectas y siempre hallaremos algo para mejorar, como en el caso del fortalecimiento de la industria nacional, que debería migrar a la generación de valor agregado y no quedarse solo en la producción de bienes de consumo, y así depender menos de la exportaciones.

Acá percibo mucha dignidad.

También es claro que la clase media no se ha visto incluida en muchas de estas medidas; por ejemplo, a sus hijos que estudian en colegios privados no les llega la computadora del plan Conectar Igualdad. Pero por otro lado, no les da su nivel económico para adquirir la vivienda, o como no tienen familia no pueden acceder al Plan Procrear y tienen que seguir pagando alquiler. El beneficio de la devolución del impuesto por el uso de la tarjeta de crédito en el exterior no les llega, porque no contribuyen con el Impuesto a las Ganancias. Por algo que podríamos llamar suerte, la clase media argentina siempre está comparando su situación con la de los europeos; toman al primer mundo como referencia para hacer muchas de sus críticas, que son justas. 

Acá también veo mucha dignidad y aspiraciones legítimas.

Creo que la clase media argentina todavía no tiene o no quiere tener en cuenta, que un país en serio debe sostenerse con impuestos, más cuando les son devueltos equitativamente, en educación y salud gratis, en subsidios para los más pobres, en la asignación universal por hijo. En los Estados Unidos, el Tío Sam es muy exigente en este punto, cada familia debe tener un contador y entregar la declaración jurada anual, so pena de grandes multas y sanciones.

Mi mirada es colombiana. Vengo de vivir 28 años en un país sin democracia, bajo un modelo neoliberal a ultranza, donde sus clases dominantes solo se han ocupado de hacer más ricos a los que ya eran ricos, y lo han convertido en el país más desigual de toda Latinoamérica. Quizá por esa experiencia, valoro mucho más todo cuanto el Kirchnerismo viene haciendo.

Tengo mis críticas al modelo K. Los subsidios permiten que mucha gente no se muera de hambre, pero no promueven  una cultura del trabajo para que estos argentinos, segunda generación de desocupados, dejen de estar esperando y se pongan en marcha a conseguir su sustento. En materia ambiental toleran un gran saldo en rojo; ni siquiera tienen un ministerio para ocuparse del tema. Promueven el monocultivo de soja, apoyan la mega minería. Su sistema de estadísticas es poco confiable; los niveles provinciales y municipales bajo la órbita K evidencian falta de planificación estratégica… De hecho, ¡no hay planificación! Y no hay suficiente transparencia en el manejo de los recursos públicos. Al menos la sensación de corrupción está fuertemente instalada. Es vox pópuli el uso de subsidios para conseguir votos. Se hace un uso excesivo, desgastante, del poder, pues si no colaboras con ellos en su proselitismo, no te apoyan… Por mencionar algunas cosas de la cocina política.

¿Cómo colocar todo esto en la balanza? ¿Cómo no caer en hacerse eco de las posiciones conservadoras y de la derecha reaccionaria? Creo que también tiene que ver con que no existe una alternativa opositora consolidada en la izquierda, que muestre cómo podríamos  caminar hacia la izquierda del modelo K. A mi modesto entender, este modelo busca restablecer un país decente, más justo, pero bajo la lógica social demócrata. Cristina jamás ha prometido el socialismo, como lo han hecho Chávez y otros presidentes actuales; los cambios que están en desarrollo van por el camino democrático, con importantes materias pendientes, como la distribución de tierras. Pero va en ese camino.

Por esto, no me da para decirle Kretina a Cristina. No creo que sea una cretina y en el panorama nacional de hoy, creo que es la mejor guía que tenemos para avanzar hacia la profundización de la democracia, en un país con desarrollo autónomo, un país próspero con una justa redistribución de la tanta riqueza que no cesa de producir, que sigue fortaleciendo la Patria Grande que soñaron Bolívar, San Martín, Artigas, Martí...